domingo, 23 de enero de 2022

Capítulo 2. La espada de Jade. Parte 1.

 Cuánto tiempo pasaron hablando fue algo que Nattá no podría haber sabido de ninguna de las maneras. Había recibido tanta información que sentía que la cabeza le echaba humo y lo único que sí podía decir sin atisbo de dudas era que apenas había digerido la mitad o menos de todo cuanto había escuchado desde que se sentó a aquella mesa. Ni siquiera era culpa de Lien y Nehli sino de sí mismo por hacer una pregunta tras otra sin darse el tiempo necesario para procesar cada respuesta por separado y adecuadamente. Lo sabía, pero después de haber estado meses sin poder comunicarse había acumulado demasiadas incógnitas y aunque se suponía que les esperaba un gran período de tiempo juntos de ahí en adelante, esperar no había sido una opción pues necesitaba sacar todo de su sistema aunque tuviese que repetir las preguntas más adelante.

El sol aún estaba en el cielo calentando a aquellos que paseaban por la calle, y en su proceso de aceptación de la información recibida fue que Nattá se percató de que había bastante movimiento afuera. No supo si era algo del momento o algo de lo que no había sido consciente hasta ese instante por mirar hacía los ventanales del local, y claro, tras algunos segundos de observación terminó por girarse a mirar de nuevo a sus acompañantes para que no pensaran que los estaba ignorando; al menos le quedaba el consuelo de que la calle no estaba llena por algo negativo ya que se apreciaba ningún tipo de pánico, de hecho los únicos tipos de gritos que se escuchaban eran los propios de niños emocionados y jugando.

Al parecer incluso si él mismo había decidido que ya eran suficientes preguntas, el universo le ponía delante algo más por lo que intrigarse lo suficiente como para no ser capaz de callar.

 

—¿Pasa algo especial hoy... ? Parece que esa gente lleva algo de prisa y tengo la impresión de que tienen algo en común pero no acabo de ver qué... salvo la prisa.

—Es la semana de la feria de las flores y el té. Los habitantes de Krevalon la celebran una vez al año entre el final del invierno y el principio de la primavera y básicamente, consiste en admirar las distintas flores traídas de todas partes y cultivadas aquí mismo, beber té y poco más. Hay puestos artesanales y se celebra junto al río Aldera, que cruza la ciudad. —Después de explicar aquello, Lien se puso en pie para acercarse a Nattá y ver también mejor por el ventanal con una sonrisa suave en los labios— ¿Qué tal si vamos? Te vendrá bien algo de calma y diversión.

 

Tras escuchar aquello y seguir mirando hacía las personas, un extraño sentimiento de miedo y nostalgia azuzó el corazón de Nattá; él había desaparecido durante una feria, y ahora que parecía encontrar una guía en ese nuevo mundo volvía a cruzarse con una. No podía evitar pensar en su hermana, Claudia, en sí estaría bien, en cómo estarían sus amigos allá en Francia, y en si su suerte no volvería a jugársela si visitaba una feria. Y como si pudiera leer lo que pensaba, Kyrios volvió a dar un par de palmaditas en la espalda de Nattá, mirándole atentamente con su expresión inalterable antes de asentir, despacio. Él mismo imitó su gesto después y acto seguido giró la cara para mirar a Lien con una sonrisa nerviosa, diciéndole entonces que le gustaría ir a ver.

 

Una vez pagada la cuenta los cuatro salieron de la cafetería y se encaminaron calle arriba al igual que muchas otras personas. El ambiente se volvía más y más animado conforme avanzaban, con flores y luces de aspecto navideño decorando cada rincón, y allí dónde se mirase todos llevaban algo floral en sí mismos, desde adornos con forma de flores hasta estampados o ramos. Nattá no pudo evitar sentirse algo fuera de lugar por no llevar nada así, al igual que sintió una punzada de dolor atravesarle al recordar aquella hermosa diadema que había comprado para su hermana la noche en que se separó de ella. Caminaron por al menos unos diez minutos hasta que el ambiente fue ruidoso de verdad, con enormes jardines formados frente a ellos y tenderetes de comerciantes dispersos aquí y allá. El lugar era muy colorido gracias a las flores, luces y ropas de los transeúntes, y la vista del río y el otro lado de la ciudad al fondo solo lo hacía ver aún más hermoso.

Nehli sugirió que se acercasen primero a los puestos para comprar algo tal y como hacían la mayoría de los que llegaban y que, como ellos, no portaban nada floral encima. Estaba claro que era la presión social lo que provocaba aquel efecto, pero la mercancía poseía suficiente belleza como para que uno olvidase su molestia o desgana una vez la veía; Nehli compró una horquilla de flores blancas que caían en tres cascadas, colocándola en el lado izquierdo de su cabello allí donde lo tenía recogido para hacer resaltar el objeto. Lien compró un pañuelo negro con delicadas flores moradas bordadas, que usó para atar parcialmente su largo cabello tras su cabeza. Kyrios se decantó por unos mitones de lana color mostaza y flores de un suave naranja adornando el dorso, y Nattá, que conservaba algo de dinero que el pastor le hubo dado en su momento, compró una cadena para sus gafas que consistía en pequeñas cuentas redondeadas de color rosa con una más con forma de flor engarzada a intervalos.

 

Tras esas compras relativamente obligatorias el grupo continuó curioseando los distintos objetos que vendía cada artesano y se sorprendieron juntos por la increíble variedad. Ellos habían comprado casi lo primero que habían visto que había captado su interés pero había muchísimas más cosas: camisetas, sombreros, vestidos, bolsos, joyería. Incluso habían dado con un par de puestos que vendían dulces con aspecto de flor tremendamente realistas, lo cual creaba una ilusión óptica algo divertida cuando mirabas alrededor y veías que, en apariencia, la gente andaba comiendo plantas. Lo que más sorprendió a Nattá sin embargo fue ver que Kyrios compraba media docena de camelias de chocolate cuando hacía apenas media hora que habían estado comiendo en la cafetería. No lo esperaba del tipo goloso, o del tipo que comía mucho, ni siquiera sabía cuál era de las dos pero le arrancó una risotada ver a alguien con una cara tan neutral comer flores con tanta energía.

Anduvieron por el resto del lugar, habiendo dejado atrás a Nehli en cierto punto ya que parecía muy interesada en el tema floral, y en cierto momento también a Kyrios, que parecía querer comprar más dulces en algún lugar. Quedando a solas ahora Lien y Nattá, este último comenzó a sentirse incómodo y no era por la compañía que tenía sino porque notaba miradas muy directas sobre su espalda. No se había percatado hasta ahora pero parecía que si el resto de visitantes les miraban mal no era porque no llevasen nada temático sino por... ¿Por qué podría ser? Por instinto se apegó más a Lien y, este, tras darse cuenta de lo que ocurría, llamó su atención y caminaron juntos hasta estar junto a la orilla del río, alejados del jaleo de la zona principal.

 

—¿Estás bien, Nattá? —Cuestionó mientras tomaba asiento en un banco, alentando al contrario a que hiciera lo mismo al palmear suavemente a su lado—

—Ah... No, la verdad... Nos estaban mirando mal a nosotros, ¿Verdad? ¿Por qué? —Denegó el sentarse, demasiado tenso vigilando sus alrededores como para ello, pero sí que se aseguró de quedarse cerca de Lien temiendo lo que pudiera pasar si se alejaba—

—Él suspiró, tomó una breve pausa y cuando habló no lo hizo mirando a Nattá sino al río más allá— Es por nuestro color de piel y de pelo. Creen que es un mal augurio... La diosa del Silencio, la Muerte… Se dice que su piel y su cabello son tan blancos que parecen hechos de luz sólida, y que sus ojos carmesí te arrebatan el alma si cruzas mirada con ella. —Bufó sonriendo en un gesto de resignación y diversión mezclados, después miró a Nattá y se hizo a un lado para volver a instarle a sentarse junto a él, dando un par de palmadas en el banco una vez más— Ni tu ni yo tenemos los ojos rojos, y tu pelo es más bien rubio pero, así es la gente... Creen que traemos mala suerte solo porque nos parecemos a ella.0

—Esta vez, sorprendido ante el nuevo descubrimiento, sí que aceptó sentarse negando con la cabeza pese a ello, incrédulo— Pero eso es... ¡Es absurdo! ¿Y qué si tenemos cosas parecidas? Menuda mierda… Es como creer que cualquier gato con rayas es un tigre.

—Lien mostró una sonrisa comprensiva ante la reacción del contrario y después volvió a mirar hacía el agua, suspirando— Lo sé pero no podemos cambiarlo... Cuando íbamos con Nehli y con Kyrios no llamábamos tanto la atención incluso si había contraste entre nuestra piel tan clara y la de ellos que es oscura porque, digamos que pensaban que toda la mala suerte iría para ellos. Pero ahora que estamos solos es otro asunto... Ni siquiera tiene sentido porque no es como si la diosa del Silencio sea malvada pero, ya sabes. Le tienen miedo a morir así que es más fácil si la tachan a ella de mala y no a sus propios prejuicios.

 

Nattá solo pudo seguir negando con la cabeza, todavía incapaz de aceptar lo que estaba escuchando pero, tal y como Lien le había dicho hacía rato, que fuera otro mundo no quería decir que fuera un lugar idílico incluso si había cosas que para él eran una maravilla y que desearía que hubiera en el suyo. No estaba en ninguna utopía. Cada mundo tenía sus problemas, y ahora que era presa de ejemplo de uno de ellos, lo veía muy claro.

Ambos se quedaron ahí por un rato, aprovechando para que Nattá recibiera un repaso de todo lo que había aprendido en la cafetería y afianzar así un poco más los conocimientos y desviando luego el tema a comentar cómo iba la feria. Todo lo que habían hecho en ella había sido mirar las flores y lo que vendían los artesanos pero al parecer ambos habían necesitado ese pequeño remanso de paz más de lo que quisieron admitir, Nattá para calmarse del todo por el shock de su situación, y Lien por no encontrar aún a un herrero de confianza que arreglase su estoque, razón por la que habían ido a Krevalon.

 

El grupo se reunió cuando el sol comenzaba a caer y la feria cobraba incluso más vida. Había algunas flores que solo se abrían de noche y otras que se iluminaban a más o menos intensidad, incluso había algunas cuyo resplandor era tenue e intermitente. Aprovechando además la oscuridad comenzaban espectáculos de canto y danza acompañados de juegos de luces. Sin duda era una festividad bastante alegre pero Nattá y los demás estaban cansados y decidieron regresar a la posada. Aún estaban a mitad de semana, todavía podían volver otro día por la noche y disfrutar más adecuadamente de la versión nocturna de la feria de las flores y el té. Fue tras dejar atrás gran parte del jolgorio que se pusieron al día de lo que habían hecho durante su tiempo a solas, y fue entonces cuando Nattá se dio cuenta de lo cómodo que se sentía con esas personas tras solo medio día juntos, haciéndole sonreír con mucha más sinceridad. Tal vez no sería tan malo viajar con ellos después de todo, se dijo.

Aún estaban a algunas calles de la posada cuando Kyrios se detuvo de golpe, haciendo que el resto también dejase de caminar y lo mirase con sorpresa y preocupación. No tuvieron siquiera tiempo de preguntarle qué ocurría antes de que saliera corriendo y, gracias a que las calles ya no estaban apenas concurridas fue que lo pudieron seguir sin demasiados problemas hasta un callejón, encontrándole enzarzado a golpes con un par de tipos de aspecto rudo pero no robusto. No tuvieron tiempo de reaccionar ni oportunidad de intervenir antes de que aquellos hombres misteriosos huyesen con una caja alargada de madera a cuestas; cuando se acercaron de nuevo a su amigo lo vieron ayudando a levantarse a otro muchacho. Con la cabeza rapada a los lados y una pequeña cresta, el cabello cobrizo del chico resaltaba, mucho más cuando alzó la cara y reveló unos ojos grandes y de un azul profundo.

 

—G-gracias, Kyrios... Ya creí que me mataban... —Murmuró con tono cansado y desde luego por cómo lucía su rostro y aspecto general, lo habían estado golpeando hasta que ellos llegaron. Uno no diría que el muchacho fuera exactamente atractivo, pero tenía su encanto incluso con el rostro hinchado y sangrante después de haber recibido una paliza—

—Kyrios asintió en silencio, echando un vistazo alrededor antes de mirar al contrario— ¿Te robaron?

—Ah... —También él miró el suelo aquí y allá, luego suspiró con tono derrotado— Joder... No, no, no... ¡Mierda! Se la han llevado… —La desesperación parecía recordarle, incluso podría jurarse que se echó a temblar—

—Los vimos huir con una caja... ¿Qué se han llevado? —Preguntó ahora Nehli, acercándose a mirar de cerca el terreno cercano por si pudiera ver aquello que aparentemente estaba perdido, pensando que cabía la posibilidad de que el arca robada estuviera vacía o sencillamente hubiera más de una—

 

No parecía que fuera a recibir respuesta, la expresión del desconocido se compungió de dolor y ni siquiera parecía haber escuchado la cuestión que le habían lanzado. Sea lo que fuere, debía ser algo importante.

Con uno más en el grupo los cinco se dirigieron a la posada para atender sus heridas, siendo durante este proceso que pudieron presentarse por fin. Se llamaba Jade y al parecer era un viejo amigo de Kyrios.

 

—Así que, ¿Otro lobo? —Dedujo Lien con calma, provocando una expresión confusa en Nattá, a quien miró al darse cuenta. Jade asintió durante ello mirando también a Nattá— ¿No recuerdas lo que te contamos esta tarde? Sobre las especies que habitan este mundo...

—No mucho, la verdad... Demasiadas cosas, lo siento. Recuerdo algo sobre bestias y humanos y monstruos y, eh... Luego estáis vosotros, que sois como una mezcla de los dos primeros... ¿Cómo era?

—Daiken. Nehli y yo somos unicornios, Kyrios y Jade son lobos, y hay muchas otras razas y tipos. La mayoría nos movemos en nuestra forma humana pero algunos prefieren hacerlo en su forma primaria, que incluye rasgos de bestia en su aspecto humano, o incluso, aunque rara vez, con forma de bestia completa. —Lien hizo aquel breve repaso con una pequeña sonrisa conciliadora en los labios, mirando a Nattá en todo momento para confirmar por su expresión que estuviera entendiendo y después de que este asintiera varias veces con la cabeza, él también hizo el mismo gesto y miró a Jade— Entonces... Te han robado algo valioso, ¿No? ¿Qué es? A lo mejor podemos ayudarte.

 

El semblante de Jade cambió de inmediato tras aquello. Había estado observando a ambos albinos alternativamente pese a que no tenía interés real en lo que decían sino en sus aspectos, pero cuando Lien se dirigió a él volvió a mirar el suelo al tiempo que Kyrios se retiraba de su lado y cerraba el botiquín de primeros auxilios. Al parecer lo que había perdido era un encargo de espadas, ninguna realmente valiosa salvo una. Según les contó habían sido encargos para adornar algunos hogares de modo que solo tenía que pedir más tiempo a sus clientes, pero la que era distinta lo era por mucho. Era una espada muy importante para Jade; tenía un mango de roble blanco con incrustaciones de un particular jade azul y una guarda ovalada negra, casi del mismo color que la vaina.

La primera solución con la que dieron fue avisar a la guardia sobre el robo pero si esperaban a que interviniesen, no sabían si los ladrones podrían salir de la ciudad con la espada y podrían perderle la pista, así que desecharon esa opción parcialmente. La segunda consistía en dividirse y buscar el arma por sí mismos, lo cual era más arriesgado al no saber con certeza a qué se enfrentaban pero que igualmente parecía más rápido y fiable.

Tras cenar juntos terminaron por decidir que Jade iría a denunciar el robo a la mañana siguiente mientras que el resto se dividía por la ciudad para buscar pistas sobre los ladrones y las espadas robadas. Sería demasiado pesimista asumir que Jade fuese el único herrero asaltado, seguro que alguien más había visto algo o había sufrido un hurto similar, además mientras ellos buscaban la espada, Jade se había ofrecido a trabajar en reparar a Gora, el estoque de Lien. Era una victoria para todos si aquello salía bien. Su nuevo amigo se marchó a su propio hogar, dejando así a Nattá con un repentino sentimiento de nerviosismo que radicaba en no saber cómo iba a terminar la nueva situación en la que se había visto envuelto y en dónde iba a dormir aquella noche y las venideras pero, tras una ligera charla con el recepcionista y un pago extra, lo segundo quedó arreglado. Nattá dormiría en la misma habitación que Kyrios, que hasta ese momento había estado solo ya que Lien y Nehli compartían una.

 

Una vez sentado en la que sería su cama por unos días, Nattá comenzó a deshacer su trenza mientras repasaba el día con vagueza. Esa mañana se había despertado en el pueblecito que era su hogar en aquel mundo desconocido, había salido con su casi padre adoptivo a vender la lana de las ovejas que cuidaban diariamente para viajar a la capital, se topó con un desconocido extremadamente llamativo en comparación al resto de aldeanos con los que vivía, esta persona hablaba francés, le llevó literalmente volando a un templo, le rezó a una extraña deidad de la que nunca había oído hablar y luego fue abandonado con tres adolescentes sacados de una película de fantasía. Después estaba todo el asunto de cómo funcionaba ese mundo, de las cosas que allí eran normales y para él solo un deseo, la feria, y que estuviera metido en la búsqueda de unas espadas robadas como si fuera lo más normal del mundo. Bueno, estaba claro que lo era en ese mundo, pero para él todo estaba viniéndosele encima ahora que por fin estaba en calma. Una vez suelto su cabello lo comenzó a peinar con los dedos a falta de un cepillo, sumergido en sus pensamientos; cuando volvió a alzar la cabeza vió que Kyrios se había recogido el cabello en un moño sobre su cabeza, uno bastante divertido ya que sus rizos se escapaban por todas partes, y eso le sacó una risita. El lobo se percató de esto y sin cambiar de expresión, parpadeó y ladeó la cabeza como si le cuestionara en silencio por qué reía.

 

—Intimidado por esa cara que nunca se alteraba, Nattá carraspeó y señaló su propia cabeza— Tu moño me hace... Ejem. Gracias. Es difícil hacerse recogidos con el pelo rizado, eh...

—Kyrios irguió la cabeza de nuevo tras oír al contrario, luego asintió y ambos se quedaron en silencio mirándose mutuamente. Solo uno de los dos parecía estar en obvia tensión, y no era el lobo— ... ¿Preocupado?

—¿Eh? ¿Qué? No... Bueno, puede... —Tomó aire de nuevo solo para acabar boqueando y resoplando cuando se cansó de intentar hablar, pasando a trenzar su pelo otra vez de puro nerviosismo. Miró al suelo creyendo que así sería más fácil responder una vez ordenase las palabras— ... Hoy ha sido muy intenso. Mucha información y muchas cosas han pasado... Es incluso más difícil de aceptar que el día en que llegué.

—Comprensible. —Hubo una pequeña pausa en la que se puso en pie para ir junto al contrario y se sentó a su lado, frotando suavemente su espalda cómo había hecho en la cafetería solo que esta vez no le miró— Estarás bien. Tómatelo con calma.

—No podía explicar por qué pero ese gesto de nuevo le hizo sentir en calma. Algo tenía la forma de Kyrios de tocarle que lo reconfortaba; lo miró un poco intrigado al principio, pero terminó sonriendo y suspirando con cierto alivio— ... Eres un tío muy raro pero... mola. Gracias... Kyrios.

 

Kyrios, ahora sí, miró a Nattá, asintió de nueva cuenta y tras unas suaves palmaditas en el hombro regresó a su cama. No le dio las buenas noches pero se metió en la cama y apagó la lámpara de su lado y, aunque al otro le pareció una forma un poco fría y brusca de acabar la conversación no se sintió tan mal por ello como podría haber sido. Él también se recostó cuando ató su pelo, mirando al techo con las manos cruzadas tras la cabeza. Hasta ahora, aunque solo hubiera sido medio día, podía decir que ninguno de esos tres le parecían malas personas.

Kyrios intimidaba un poco por ser alto y robusto, y que su expresión fuera siempre tan neutral hacía prácticamente imposible saber en qué pensaba o qué iba a hacer a continuación y le resultaba inquietante, pero había demostrado ser alguien atento y opinaba que sería del tipo que se sacrificaría por sus amigos sin pensarlo.

Lien le hubo dado la impresión de ser el típico tipo prepotente y sarcástico que rozaba lo desagradable pero resultó que era un chico de lo más agradable. No lo describiría como hablador, a ninguno de ellos cuatro en realidad, pero si parecía un poco reservado para ciertos asuntos y en eso sintió empatía. Él tampoco contaría nada importante a alguien que acababa de conocer. Además el vínculo que parecía compartir con Nehli le daba buena vibra, la forma en que sonreía con ella le recordaba a cómo él lo hacía con su hermana, y eso le daba un tinte cálido a alguien con un aspecto tan frío.

Y Nehli, ella si cumplía la primera impresión que le dió. La había tomado por una chica tierna y dulce y era tal y cómo se había mostrado, mirando porque los tres se encontrasen bien en todo momento como si fuera una madre o una atenta hermana mayor para ellos. Aún así era obvio que tenían edades similares, sobre todo por cómo se distrajo con las flores durante la feria. Lo que sí llamó su atención sobre ella y le gustaría preguntar cuando fueran más cercanos era sobre la cicatriz que tenía en la boca, ese corte que atravesaba ambos labios en un extremo. ¿No le habían dicho que era complicado dejar cicatrices a los daiken por su habilidad para sanar deprisa? Entonces, ¿Cómo había acabado ella con una en un lugar tan delicado? Pensando en ello fue que terminó por quedarse dormido.

 

Esa noche Nattá soñó con tres animales. No estaba seguro de si eran lo que pensaba o no, pero él los catalogó cómo fénix. El primero tenía un lustroso plumaje rojo, un color vibrante más similar a la sangre que al fuego con el que él asociaba a esa criatura, y unos enormes ojos verdes enmarcados en espesas pestañas negras. Aquel animal, por alguna razón, le recordó al misterioso pelirrojo que lo ayudó a comunicarse esa tarde; le pareció la persona más llamativa que había visto durante todo el día. Su cabello tenía el mismo color que el de las plumas del fénix que tenía delante, además era abundante e increíblemente largo, llegándole la coleta por las rodillas. Sus ojos, grandes y verdes, tenían unas marcas rojas justo debajo sobre los pómulos que no sabía si eran cicatrices o tatuajes pero que coincidían con el nacimiento de plumas en el rostro del fénix, y su piel oscura tenía un matiz cálido de lo más hermoso. No diría que fuera alto pero tampoco bajo, tenía un cuerpo musculoso y las orejas grandes y puntiagudas como Lien, pero con pendientes y piercings. Y por lo que recordaba, estuvo sonriendo todo el tiempo que estuvieron juntos; aquel fénix, aunque inmenso comparado consigo mismo, todavía le daba la impresión de que al igual que aquel muchacho, Luada, tampoco era tan increíble, como si en ese mundo fuese alguien normal. Este animal, este fénix rojo, se movía de forma juguetona como si danzase al ritmo de una canción que solo él podía escuchar, alegre e inquieto, pero no parecía que se hubiera percatado de la presencia de Nattá.

Junto a este, otro fénix paseaba. Iba despacio pero sus pasos eran firmes y poderosos y su plumaje oscuro lo hacía lucir tan elegante como peligroso. No era de color negro exactamente aunque lo parecía, habría jurado que era más bien un tono de morado. Los ojos de esta criatura también eran grandes, con un cálido color marrón y rodeados de las mismas pestañas negras que tenía el fénix rojo. Tampoco este animal parecía notar que estuviera allí, tan solo caminaba con sus dos poderosas patas por la zona, dirigiéndose a algún lugar sin dar indicios de que seguirlo fuera una buena idea. Y el tercero era un fénix considerablemente más grande que los otros dos, su plumaje azul tan intenso que era como estar mirando un cielo despejado de verano. Por alguna razón, este animal tenía los ojos cerrados, solo visibles unas largas pestañas blancas, manteniéndose sentado cerca del fénix rojo que seguía danzando. Tenía un aura extraña a su alrededor, Nattá no podía decir si dormía o si estaba muerto, era muy, muy raro, y cuanto más lo miraba peor se sentía.

Después de un rato de observación decidió intentar acercarse pero daba igual cuánto lo intentara, nunca avanzaba. Veía sin embargo cómo el fénix negro continuaba alejándose, veía al fénix rojo ir y venir con su baile y al fénix azul, aparentemente, seguir los movimientos de este pese a sus ojos cerrados, pero aunque Nattá estaba caminando, no conseguía moverse de su posición. Sentía su cuerpo moverse pero la distancia no se acortaba, era como si estuviera subido en una cinta de correr. Cuando se rindió, suspiró cerrando los ojos, sintiéndose agotado. No sabía cuánto había sido pero sentía que llevaba intentando avanzar mucho tiempo; en cuanto abrió los ojos vio el rostro del fénix negro tan cerca de sí mismo, tan grande y amenazador, que dió un traspiés y cayó, pero su cuerpo no golpeó con ningún suelo sino que sintió que caía al vacío como si tras él nunca hubiera habido nada. El fénix lo sujetó con el pico, agarrando su sudadera mientras lo miraba atentamente con sus ojos marrones, Nattá oyó un chirrido en los oídos como si arañas algo metálico y después una risa maliciosa, luego fue soltado. El fénix oscuro desapareció en un instante de su campo de visión, cerró los ojos, los abrió, gritó, pataleó, pero todo era un gran vacío negro.

Sintió que caía en la oscuridad por no supo cuánto, incapaz de escuchar sus gritos aunque sentía la garganta dolerle y sus pulmones agotados. El viento se cortaba a su paso, su cuerpo giraba en el aire buscando en vano algo a lo que agarrarse pero seguía cayendo, y cayendo, y cayendo. De pronto estuvo de pie sobre algo firme, tan repentino que era como si solo se hubiera imaginado que caía. Sintiendo vértigo pese a no ver nada, con la respiración agitada y el cuerpo temblando del estrés, las piernas le fallaron y volvió a caer, pero esta vez sí hubo una superficie que lo sostuviera. Chilló de puro terror creyendo que todo volvería a empezar, el corazón le había dado un vuelco solo de imaginar que de nuevo caería al vacío por un tiempo incierto, así que una vez se recuperó al comprobar que estaba en tierra firme miró a su alrededor buscando la más mínima luz, pero no había nada qué ver u oír, tan solo se sentía a sí mismo existiendo angustiado en la penumbra.

Tragó saliva, respiró hondo y temblando extendió las manos frente a él antes de moverlas despacio, intentando así adivinar cuánto espacio había a su alrededor. Se sorbió la nariz con las lágrimas de terror agolpadas en los ojos, ni siquiera se cuestionó cómo con semejante caída aún tenías las gafas puestas, eso era lo de menos pero en el fondo lo agradeció. Poco a poco se atrevió a ponerse en pie de nuevo y caminar y más pronto que tarde sus manos dieron con algo, apartándose por instinto a tiempo para ver unas gigantescas alas rojas manifestarse a su espalda y rodearle, por lo que se giró, viendo ahí a Luada con sus alas desplegadas y ofreciéndole la mano. Lucía muy preocupado y muy serio y le decía algo que no podía oír. Nattá le preguntó qué ocurría pero tampoco podía escucharse pronunciar lo que sabía qué decía y cuando este intentó agarrarle por la fuerza, una poderosa luz blanca le cegó. Cuando abrió los ojos de nuevo se vió en una montaña nevada en mitad de una ventisca, con el frío calándole rápidamente y haciéndole encogerse y caer de rodillas. De nuevo miró a su alrededor buscando a alguien, llorando en desesperación por no comprender nada, pero estaba solo en ese infierno blanco y helado. Con los labios temblando ni siquiera sabía a quién llamar y pedir ayuda, su mente estaba bloqueada por el miedo y por ello siguió llorando, encogiéndose sobre sí mismo hasta dejarse caer en la nieve hecho un ovillo, abrazándose a sí mismo, tiritando de forma incontrolable, ahogándose en sus propias lágrimas que se congelaban casi tan pronto como abandonaban sus ojos. Y de la nada, una voz masculina, clara y firme: Aún es pronto.

 

Abrió los ojos de golpe y se incorporó, básicamente saltó de la cama con tanto ímpetu que su vista se puso borrosa. Fue atrapado por alguien, entonces miró deprisa hacía arriba y vió ahí a Kyrios que lo seguía sosteniendo con su misma expresión de siempre. Se le quedó mirando unos segundos con la respiración desbocada, procesando increíblemente despacio quién era y que estaba a salvo, que por fin había salido de su mundo de pesadilla monocromático, escuchando cómo Lien y Nehli le pedían que respirase hondo y se calmase. Sus voces le llegaban como si estuviera lejos de tal shock que portaba, y se demoró un rato en tranquilizarse y dejar de llorar. Todavía se notaba la boca algo seca así que tragó saliva varias veces sintiendo como si realmente hubiera estado gritando y sollozando durante horas, incluso los ojos le escocían. Estiró la mano para alcanzar sus gafas allá sobre la mesita de noche junto a su cama y trató de respirar hondo mientras se incorporaba, apartándose despacio de Kyrios. Agarró la manta y se la puso sobre los hombros y la cabeza, ignoró todo lo demás y se asomó a la ventana entre las camas temiendo ver nieve u oscuridad, pero no había nada así. La ciudad dormía, las farolas estaban encendidas, las estrellas brillaban en el cielo. Poco a poco se sintió de regreso en el mundo real y aspirando todo el aire posible para seguidamente soltarlo despacio, volvió a sentarse en su cama. No comprendía en lo más mínimo qué había sido aquel sueño. Los fénix de colores, Luada, la nieve, aquella voz desconocida que había escuchado tan claramente... Miraba al suelo de madera sin verlo realmente, sujetando con fuerza la manta y comenzando a temblar.

Nehli se arrodilló frente a él y puso sus manos sobre las de Nattá, llamándole con tono dulce y paciente, esperando a que él diera alguna señal de que ya estaba mejor como para hablar. A él le tomó unos segundos más poder alzar la vista y mirarla y, cuando lo hizo, apartó sus manos y se limpió la cara del todo, resopló y sonrió de forma forzosa.

 

—E-eh, ¿Qué hacéis todos aquí? ¿No es tarde? Ja, ja...

—Eso no importa. Nattá... Llevas una hora gritando en sueños, toda la posada está despierta. La dueña está detrás de la puerta esperando saber qué ocurre, la hemos convencido por muy poco de que no llame a los caballeros. —Explicó Lien, claramente consternado y preocupado— Te hemos llamado y zarandeado pero no reaccionabas, seguías llorando y gritando. Ya no sabíamos qué más hacer, estábamos apunto de ir nosotros mismos a buscar más ayuda.

—Espera, espera, frena. ¿Una hora? Pero, ja, ¿C-cómo va a ser eso posible? No puedo llevar una hora gritando y durmiendo, es... Es imposible... —Pese a su incredulidad, el dolor de su garganta le decía lo contrario. Debía ser cierto, además de no ser así, ¿Por qué estarían allí los tres? Respiró hondo y se llevó las manos a la cabeza, agachándola, sintiendo que quería volver a llorar—

—... Voy a avisar de que está todo bien. Kyrios, ¿Me acompañas? Pidamos una infusión también para sus nervios y el dolor. —Tras la propuesta de Nehli, que hizo mientras se ponía en pie, el lobo asintió y caminó con ella fuera de la habitación—

 

Lien tomó asiento junto a Nattá, que seguía cubierto por la manta y casi no se le veía, buscó el rostro ajeno y tras la falta de éxito, miró hacía la pared del frente mientras resoplaba con suavidad. No sabía qué decir, cómo ofrecerle apoyo sin saber qué había ocurrido, pero encontraba algo insensible preguntar qué había pasado. Tal vez sólo fueran terrores nocturnos o algo por el estilo, pero por suerte para él, el propio Nattá le contó lo sucedido sin que cuestionase él nada. Tras unos minutos le explicó de forma torpe y resumida lo que había soñado, entre lágrimas y muchas pausas para sonarse la nariz y sencillamente respirar. Claro, Lien estaba igual de perdido ante aquello como lo estaba Nattá, y cuando Kyrios y Nehli regresaron y les puso al día, sucedió lo mismo. Salvo el hecho de que había tres fénix de colores diferentes, todo lo demás les resultaba inconexo.

Permanecieron en la habitación hasta que Nattá se bebió la infusión y pareció de verdad calmado, después los unicornios regresaron a su cuarto y todos se volvieron a meter en sus camas a intentar dormir. Esta vez, todos los inquilinos de la posada pudieron conciliar un pacífico sueño hasta la mañana siguiente.

 

Cuando Nattá despertó ya era entrado el mediodía y aún se sentía cansado. Aunque había conseguido dormir sin interrupciones después de su abrupto despertar en la madrugada, sentía que no había descansado en lo más mínimo. Le dolía todo el cuerpo, incluso la cabeza le molestaba con una jaqueca; resopló al incorporarse en la cama, pasándose las manos por la cara. Al mirar a su lado en busca de sus gafas, encontró una taza llena de cacao ya frío y una nota que no sabía leer. De quién era o qué ponía, no podía saberlo pues estaba escrita en el que fuera el idioma de aquel mundo, o aquel país. Al ponerse en pie se asomó a la cama de Kyrios pero él no estaba, entonces fue a colocarse las gafas y para cuando se fijó en el reloj de la pared pudo deducir por qué estaba solo. Claro, estar solo no era en sí mismo algo que lo preocupase sino, ¿Dónde y cómo iba a buscar a sus compañeros? Dudaba de poder guiarse por aquella ciudad él solo, así que mientras se debatía en sí no debería quedarse en la habitación a esperar decidió que prefería arriesgarse.

Bajó las escaleras y al cruzar por el comedor de la posada, reconoció a la señora que los atendió la noche anterior por lo que se acercó a preguntar si sabía algo de sus acompañantes, disculpándose en el proceso por el escándalo de la noche anterior. La mujer, que no parecía nada contenta de hablar con él ni con su disculpa, bufó y respondió de mala gana que no sabía nada antes de girarse a atender a otros clientes con una actitud completamente distinta. Nattá la insultó en su fuero interno y salió del local criticando entre murmullos su moño y la terrible camisa floreada que llevaba, miró a ambos lados de la calle y  respiró hondo, tras soltar el aire se encaminó por uno al azar y echó un último vistazo a su espalda tratando de recordar algo esencial por si tenía que pedir indicaciones para regresar, algo que consideraba altamente probable.

 

Anduvo por las calles tratando de cuestionar a la gente que pasaba por sus amigos, pero los supersticiosos habitantes de la gran ciudad no hacían más que intentar evitarle o responderle antes de dejarle terminar diciendo que no sabían nada o que tenían prisa. Aún así Nattá no podía rendirse de modo que continuaba intentándolo, acercándose a quienes creía más receptivos, incluso probando con el personal de algunos bares o negocios de puertas abiertas, pero al final la conclusión era que nadie los había visto. Pasó más de una hora hasta que llegó a un lugar que reconocía, y no por sus calles ni nada así sino por el gentío. Al parecer había llegado a la avenida principal, allí donde todos iban con algún objeto floral y se dirigían en una dirección concreta con sonrisas y ánimo por lo que empezó a preguntar por allí, pensando que quizá la alegría infundada por la feria pusiera a los ciudadanos de su parte. No funcionó demasiado bien pero si tuvo un golpe de suerte porque entre toda la multitud divisó una cabeza rapada cuyo color de pelo describiría como “un incendio forestal”. Si, ese rojo oscuro casi negruzco le era demasiado familiar.

 

—¡¿Jade?! —Llamó casi con desesperación y, cuando la persona en cuestión se volteó pudo suspirar con alivio de comprobar que no se había equivocado. El lobo le sonrió y se acercó a él sin demora, saludando— Hola, sí... Joder, no sabes cuánto me alegro de verte. ¿Has visto a Kyrios, Lien y Nehli? Cuando desperté ya no estaban y no tengo ni idea de dónde han ido.

—Oh. ¿En serio? Qué raro, Nehli dijo que te habían dejado una nota en la mesa... Se habrá caído.

—Solo entonces Nattá se percató de que debía de haberse llevado la nota con él, pero ya era demasiado tarde así que rió con nerviosismo— Bueno, sí, puede... ¿Los has visto entonces? ¿Sabes decirme dónde están?

—Jade negó con la cabeza con una graciosa expresión de sinceridad y duda— Para nada, ya hace bastante rato que nos vimos y no me dijeron adónde iban... Pero, eh, puedes venir conmigo al taller. Lien tendrá que pasar en algún momento a echarle un vistazo a su estoque.

 

Con ánimo renovado no tardó en asentir varias veces con la cabeza, prefiriendo la opción de irse con aquel casi desconocido que volver a repetir la travesía de intentar que alguien le de indicaciones. Así que caminó junto al lobo pelirrojo, echándole furtivos vistazos conforme avanzaban. Al contrario que Kyrios, Jade era alguien muy hablador, demasiado, era casi lo opuesto. Era complicado seguirle el ritmo y Nattá se sentía algo superado a más tiempo pasaba con él, incapaz de comprender del todo lo que decía puesto que saltaba de un tema a otro a una velocidad imposible.

Al llegar a la herrería, por suerte, se relajó. Jade le dio la bienvenida y le sugirió dónde podía sentarse para que no se hiciera daño pero el muchacho no lo escuchó y prefirió dar una vuelta por el lugar, algo a lo que el lobo no dio especial importancia. Tan solo le gritó que tuviera cuidado y se perdió en algún rincón para, probablemente, comenzar su trabajo.

Nattá encontró el sitio cuanto menos, fascinante. La fachada no destacaba demasiado en nada, pintada en tonos verdes pastel y con un amplio ventanal que dejaba ver el interior. Tenía una espada y un martillo de forja cruzados al más puro estilo de tibias pirata, y un pequeño yunque coronaba esa peculiar formación; debía ser el logo de la tienda. Dentro estaba dividida en dos zonas, la que uno encontraba nada más entrar daba a un mostrador tras el que se ubicaba el taller, abierto al fondo. Había expositores con espadas de todo tipo, lanzas, algún escudo e incluso arcos de aspecto pesado y flechas varias. Bajo el cristal del mostrador se encontraban guanteletes metálicos distintos en forma y diseño y diversos cuchillos, unos parecían de cocina y otros bastante más amenazadores. Nattá estaba fascinado con todo lo que veía, era como visitar una tienda de fantasía medieval solo que probablemente, nada de lo que había ahí era de adorno. Tampoco quería comprobarlo, así que no se arriesgó a tocar nada de aspecto afilado.

Pasó tras el mostrador con un murmullo, algo incómodo, como si se estuviera colando sin permiso aunque no era el caso. Jade no le había dicho que no pudiera pasearse por allí, solo que tuviera cuidado y lo estaba teniendo aunque, no avanzó demasiado en el taller. El pelirrojo estaba ya en su mesa, agarrando un pedazo de metal con un áspero delantal grisáceo, guantes rojos ignífugos y una máscara de protección aún por bajar. Cada máquina le parecía más complicada que la anterior y no tenía la más remota idea de para qué servían, así que se fue al extremo que encontró más inofensivo, aquel donde yacían diversos bloques y placas de material de forja. Variaban en color y tamaño, y en un estante a su lado descansaban bloques de madera y cuerdas, lo que suponía que sería para asegurar algunas piezas o para fabricas mangos. Fue sacado del trance al escuchar martillazos y no pudo evitar girarse de golpe y acercarse un poco, queriendo ver cómo y qué hacía el lobo. Quiso preguntar pero temió desconcentrarle de modo que fue retrocediendo hasta que vió su mesa de trabajo, a la que se acercó al momento. Había papeles por todas partes, diseños de armas al parecer, y restos y manchas de distintos productos. No supo si Jade era desordenado o era el aspecto normal de una mesa de herrería, así que no hizo caso y levantó la vista, solo entonces vió algo que si captó de lleno su atención.

En una pared al fondo había colgadas un par de fotografías y un plano enmarcado. En la imagen de la izquierda, posando con aquella forja en su momento de apertura probablemente, había cuatro niños pequeños con grandes sonrisas, se divertían, y tras ellos tres adultos portaban el mismo rostro. Debían ser padres e hijos, pero lo que le pareció particular fueron los niños: uno de ellos, aunque sonreía, lo hacía de un modo pequeño y sus pecas y cabello castaño rizado le dijeron que era Kyrios. Kyrios tenía a un muchacho de pelo naranja sobre su espalda y a su lado, tironeando de su brazo y con la misma cara, otro niño rubio. A todas luces eran gemelos, y por lo que podía suponer, el último chiquillo, que posaba de forma ridícula haciéndose un bigote con parte del pelo de Kyrios, debía ser Jade puesto que ese color de cabello era inconfundible. En la foto a la derecha solo estaban Jade y quien Nattá suponía era su padre aunque no se parecían en nada más que en el color de ojos. Jade parecía mayor, quizá ya un preadolescente, y llevaba puesto el “uniforme” de herrero que le quedaba espantosamente grande. Parecía orgulloso sin embargo, y más aún lo estaba su padre, que enseñaba a la cámara el filo de una espada sin mango con obvias desviaciones. Estaba toda torcida pero los dos parecían contentos, ¿Quizá era la primera espada que Jade forjaba? Y por fin, al lado, un plano con todo tipo de detalles. No sabía leer ninguna de las anotaciones, pero llamó su atención por algún motivo.

 

—¿Te gusta? Mi padre hizo ese plano para mí.

—Nattá saltó en el sitio tan pronto escuchó la voz de Jade a su espalda, y se llevó una mano al pecho como si hubiera temido que el corazón fuera a salirle despedido. Resopló echándole una mirada de reproche, luego miró de nuevo el cuadro— Sí, bueno... Eh... ¿Qué pone? La letra de tu padre es terrible... —Probó, queriendo así averiguar lo que ponía sin quedar como un estúpido

Jade sonrió con aire burlón y se puso en jarras, paseó la mirada por las fotografías y finalmente suspiró al mirar el antiguo y bien conservado dibujo, y señaló las partes que leía con aire nostálgico— Mango de roble blanco... Jade azul de Arcadia... Guarda negra ovalada... Si que tenía una letra espantosa, pf...

 

Nattá tuvo la impresión de haber escuchado antes esa descripción y frunció el ceño intentando hacer memoria, entonces, de golpe, le vino el recuerdo de la anterior noche. Aquella era la espada robada que hizo temblar a Jade: la espada que su padre diseñó. De pronto tuvo sentido por qué era tan importante para él, y por la actitud del chico, quizá su padre ya no estaba vivo. Sintió una profunda pena por el lobo, a quien miró sintiendo el corazón encogerse en su pecho. Quería abrazarlo, hacerlo sentir mejor, asegurarle que encontrarían la espada cuando alguien abrió de un portazo la puerta del taller.

 

—¡JADE!

 

Gritó, una voz grave y demasiado alta que hizo a Nattá saltar literalmente en el sitio, atragantándose con su propia saliva del susto.

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