Cuánto tiempo pasaron hablando fue algo que Nattá no podría haber sabido de ninguna de las maneras. Había recibido tanta información que sentía que la cabeza le echaba humo y lo único que sí podía decir sin atisbo de dudas era que apenas había digerido la mitad o menos de todo cuanto había escuchado desde que se sentó a aquella mesa. Ni siquiera era culpa de Lien y Nehli sino de sí mismo por hacer una pregunta tras otra sin darse el tiempo necesario para procesar cada respuesta por separado y adecuadamente. Lo sabía, pero después de haber estado meses sin poder comunicarse había acumulado demasiadas incógnitas y aunque se suponía que les esperaba un gran período de tiempo juntos de ahí en adelante, esperar no había sido una opción pues necesitaba sacar todo de su sistema aunque tuviese que repetir las preguntas más adelante.
El sol aún estaba en el cielo calentando a
aquellos que paseaban por la calle, y en su proceso de aceptación de la
información recibida fue que Nattá se percató de que había bastante movimiento
afuera. No supo si era algo del momento o algo de lo que no había sido
consciente hasta ese instante por mirar hacía los ventanales del local, y
claro, tras algunos segundos de observación terminó por girarse a mirar de
nuevo a sus acompañantes para que no pensaran que los estaba ignorando; al
menos le quedaba el consuelo de que la calle no estaba llena por algo negativo
ya que se apreciaba ningún tipo de pánico, de hecho los únicos tipos de gritos
que se escuchaban eran los propios de niños emocionados y jugando.
Al parecer incluso si él mismo había
decidido que ya eran suficientes preguntas, el universo le ponía delante algo
más por lo que intrigarse lo suficiente como para no ser capaz de callar.
—¿Pasa algo especial hoy... ? Parece que
esa gente lleva algo de prisa y tengo la impresión de que tienen algo en común
pero no acabo de ver qué... salvo la prisa.
—Es la semana de la feria de las flores y
el té. Los habitantes de Krevalon la celebran una vez al año entre el final del
invierno y el principio de la primavera y básicamente, consiste en admirar las
distintas flores traídas de todas partes y cultivadas aquí mismo, beber té y
poco más. Hay puestos artesanales y se celebra junto al río Aldera, que cruza
la ciudad. —Después de explicar aquello, Lien se puso en pie para acercarse a
Nattá y ver también mejor por el ventanal con una sonrisa suave en los labios—
¿Qué tal si vamos? Te vendrá bien algo de calma y diversión.
Tras escuchar aquello y seguir mirando
hacía las personas, un extraño sentimiento de miedo y nostalgia azuzó el
corazón de Nattá; él había desaparecido durante una feria, y ahora que parecía
encontrar una guía en ese nuevo mundo volvía a cruzarse con una. No podía
evitar pensar en su hermana, Claudia, en sí estaría bien, en cómo estarían sus
amigos allá en Francia, y en si su suerte no volvería a jugársela si visitaba
una feria. Y como si pudiera leer lo que pensaba, Kyrios volvió a dar un par de
palmaditas en la espalda de Nattá, mirándole atentamente con su expresión
inalterable antes de asentir, despacio. Él mismo imitó su gesto después y acto
seguido giró la cara para mirar a Lien con una sonrisa nerviosa, diciéndole
entonces que le gustaría ir a ver.
Una vez pagada la cuenta los cuatro
salieron de la cafetería y se encaminaron calle arriba al igual que muchas
otras personas. El ambiente se volvía más y más animado conforme avanzaban, con
flores y luces de aspecto navideño decorando cada rincón, y allí dónde se
mirase todos llevaban algo floral en sí mismos, desde adornos con forma de
flores hasta estampados o ramos. Nattá no pudo evitar sentirse algo fuera de
lugar por no llevar nada así, al igual que sintió una punzada de dolor
atravesarle al recordar aquella hermosa diadema que había comprado para su
hermana la noche en que se separó de ella. Caminaron por al menos unos diez
minutos hasta que el ambiente fue ruidoso de verdad, con enormes jardines
formados frente a ellos y tenderetes de comerciantes dispersos aquí y allá. El
lugar era muy colorido gracias a las flores, luces y ropas de los transeúntes,
y la vista del río y el otro lado de la ciudad al fondo solo lo hacía ver aún
más hermoso.
Nehli sugirió que se acercasen primero a
los puestos para comprar algo tal y como hacían la mayoría de los que llegaban
y que, como ellos, no portaban nada floral encima. Estaba claro que era la
presión social lo que provocaba aquel efecto, pero la mercancía poseía
suficiente belleza como para que uno olvidase su molestia o desgana una vez la
veía; Nehli compró una horquilla de flores blancas que caían en tres cascadas,
colocándola en el lado izquierdo de su cabello allí donde lo tenía recogido
para hacer resaltar el objeto. Lien compró un pañuelo negro con delicadas
flores moradas bordadas, que usó para atar parcialmente su largo cabello tras su
cabeza. Kyrios se decantó por unos mitones de lana color mostaza y flores de un
suave naranja adornando el dorso, y Nattá, que conservaba algo de dinero que el
pastor le hubo dado en su momento, compró una cadena para sus gafas que
consistía en pequeñas cuentas redondeadas de color rosa con una más con forma
de flor engarzada a intervalos.
Tras esas compras relativamente
obligatorias el grupo continuó curioseando los distintos objetos que vendía
cada artesano y se sorprendieron juntos por la increíble variedad. Ellos habían
comprado casi lo primero que habían visto que había captado su interés pero
había muchísimas más cosas: camisetas, sombreros, vestidos, bolsos, joyería.
Incluso habían dado con un par de puestos que vendían dulces con aspecto de flor
tremendamente realistas, lo cual creaba una ilusión óptica algo divertida
cuando mirabas alrededor y veías que, en apariencia, la gente andaba comiendo
plantas. Lo que más sorprendió a Nattá sin embargo fue ver que Kyrios compraba
media docena de camelias de chocolate cuando hacía apenas media hora que habían
estado comiendo en la cafetería. No lo esperaba del tipo goloso, o del tipo que
comía mucho, ni siquiera sabía cuál era de las dos pero le arrancó una risotada
ver a alguien con una cara tan neutral comer flores con tanta energía.
Anduvieron por el resto del lugar,
habiendo dejado atrás a Nehli en cierto punto ya que parecía muy interesada en
el tema floral, y en cierto momento también a Kyrios, que parecía querer
comprar más dulces en algún lugar. Quedando a solas ahora Lien y Nattá, este
último comenzó a sentirse incómodo y no era por la compañía que tenía sino
porque notaba miradas muy directas sobre su espalda. No se había percatado
hasta ahora pero parecía que si el resto de visitantes les miraban mal no era
porque no llevasen nada temático sino por... ¿Por qué podría ser? Por instinto
se apegó más a Lien y, este, tras darse cuenta de lo que ocurría, llamó su
atención y caminaron juntos hasta estar junto a la orilla del río, alejados del
jaleo de la zona principal.
—¿Estás bien, Nattá? —Cuestionó mientras
tomaba asiento en un banco, alentando al contrario a que hiciera lo mismo al
palmear suavemente a su lado—
—Ah... No, la verdad... Nos estaban
mirando mal a nosotros, ¿Verdad? ¿Por qué? —Denegó el sentarse, demasiado tenso
vigilando sus alrededores como para ello, pero sí que se aseguró de quedarse
cerca de Lien temiendo lo que pudiera pasar si se alejaba—
—Él suspiró, tomó una breve pausa y cuando
habló no lo hizo mirando a Nattá sino al río más allá— Es por nuestro color de
piel y de pelo. Creen que es un mal augurio... La diosa del Silencio, la
Muerte… Se dice que su piel y su cabello son tan blancos que parecen hechos de
luz sólida, y que sus ojos carmesí te arrebatan el alma si cruzas mirada con
ella. —Bufó sonriendo en un gesto de resignación y diversión mezclados, después
miró a Nattá y se hizo a un lado para volver a instarle a sentarse junto a él,
dando un par de palmadas en el banco una vez más— Ni tu ni yo tenemos los ojos
rojos, y tu pelo es más bien rubio pero, así es la gente... Creen que traemos
mala suerte solo porque nos parecemos a ella.0
—Esta vez, sorprendido ante el nuevo
descubrimiento, sí que aceptó sentarse negando con la cabeza pese a ello,
incrédulo— Pero eso es... ¡Es absurdo! ¿Y qué si tenemos cosas parecidas?
Menuda mierda… Es como creer que cualquier gato con rayas es un tigre.
—Lien mostró una sonrisa comprensiva ante
la reacción del contrario y después volvió a mirar hacía el agua, suspirando—
Lo sé pero no podemos cambiarlo... Cuando íbamos con Nehli y con Kyrios no
llamábamos tanto la atención incluso si había contraste entre nuestra piel tan
clara y la de ellos que es oscura porque, digamos que pensaban que toda la mala
suerte iría para ellos. Pero ahora que estamos solos es otro asunto... Ni
siquiera tiene sentido porque no es como si la diosa del Silencio sea malvada
pero, ya sabes. Le tienen miedo a morir así que es más fácil si la tachan a
ella de mala y no a sus propios prejuicios.
Nattá solo pudo seguir negando con la
cabeza, todavía incapaz de aceptar lo que estaba escuchando pero, tal y como
Lien le había dicho hacía rato, que fuera otro mundo no quería decir que fuera
un lugar idílico incluso si había cosas que para él eran una maravilla y que
desearía que hubiera en el suyo. No estaba en ninguna utopía. Cada mundo tenía
sus problemas, y ahora que era presa de ejemplo de uno de ellos, lo veía muy
claro.
Ambos se quedaron ahí por un rato,
aprovechando para que Nattá recibiera un repaso de todo lo que había aprendido
en la cafetería y afianzar así un poco más los conocimientos y desviando luego
el tema a comentar cómo iba la feria. Todo lo que habían hecho en ella había
sido mirar las flores y lo que vendían los artesanos pero al parecer ambos
habían necesitado ese pequeño remanso de paz más de lo que quisieron admitir,
Nattá para calmarse del todo por el shock de su situación, y Lien por no
encontrar aún a un herrero de confianza que arreglase su estoque, razón por la
que habían ido a Krevalon.
El grupo se reunió cuando el sol comenzaba
a caer y la feria cobraba incluso más vida. Había algunas flores que solo se
abrían de noche y otras que se iluminaban a más o menos intensidad, incluso
había algunas cuyo resplandor era tenue e intermitente. Aprovechando además la
oscuridad comenzaban espectáculos de canto y danza acompañados de juegos de
luces. Sin duda era una festividad bastante alegre pero Nattá y los demás
estaban cansados y decidieron regresar a la posada. Aún estaban a mitad de
semana, todavía podían volver otro día por la noche y disfrutar más
adecuadamente de la versión nocturna de la feria de las flores y el té. Fue
tras dejar atrás gran parte del jolgorio que se pusieron al día de lo que
habían hecho durante su tiempo a solas, y fue entonces cuando Nattá se dio
cuenta de lo cómodo que se sentía con esas personas tras solo medio día juntos,
haciéndole sonreír con mucha más sinceridad. Tal vez no sería tan malo viajar
con ellos después de todo, se dijo.
Aún estaban a algunas calles de la posada
cuando Kyrios se detuvo de golpe, haciendo que el resto también dejase de
caminar y lo mirase con sorpresa y preocupación. No tuvieron siquiera tiempo de
preguntarle qué ocurría antes de que saliera corriendo y, gracias a que las
calles ya no estaban apenas concurridas fue que lo pudieron seguir sin
demasiados problemas hasta un callejón, encontrándole enzarzado a golpes con un
par de tipos de aspecto rudo pero no robusto. No tuvieron tiempo de reaccionar
ni oportunidad de intervenir antes de que aquellos hombres misteriosos huyesen
con una caja alargada de madera a cuestas; cuando se acercaron de nuevo a su
amigo lo vieron ayudando a levantarse a otro muchacho. Con la cabeza rapada a
los lados y una pequeña cresta, el cabello cobrizo del chico resaltaba, mucho
más cuando alzó la cara y reveló unos ojos grandes y de un azul profundo.
—G-gracias, Kyrios... Ya creí que me
mataban... —Murmuró con tono cansado y desde luego por cómo lucía su rostro y
aspecto general, lo habían estado golpeando hasta que ellos llegaron. Uno no
diría que el muchacho fuera exactamente atractivo, pero tenía su encanto
incluso con el rostro hinchado y sangrante después de haber recibido una
paliza—
—Kyrios asintió en silencio, echando un
vistazo alrededor antes de mirar al contrario— ¿Te robaron?
—Ah... —También él miró el suelo aquí y
allá, luego suspiró con tono derrotado— Joder... No, no, no... ¡Mierda! Se la
han llevado… —La desesperación parecía recordarle, incluso podría jurarse que
se echó a temblar—
—Los vimos huir con una caja... ¿Qué se han
llevado? —Preguntó ahora Nehli, acercándose a mirar de cerca el terreno cercano
por si pudiera ver aquello que aparentemente estaba perdido, pensando que cabía
la posibilidad de que el arca robada estuviera vacía o sencillamente hubiera
más de una—
No parecía que fuera a recibir respuesta,
la expresión del desconocido se compungió de dolor y ni siquiera parecía haber
escuchado la cuestión que le habían lanzado. Sea lo que fuere, debía ser algo
importante.
Con uno más en el grupo los cinco se
dirigieron a la posada para atender sus heridas, siendo durante este proceso
que pudieron presentarse por fin. Se llamaba Jade y al parecer era un viejo
amigo de Kyrios.
—Así que, ¿Otro lobo? —Dedujo Lien con
calma, provocando una expresión confusa en Nattá, a quien miró al darse cuenta.
Jade asintió durante ello mirando también a Nattá— ¿No recuerdas lo que te
contamos esta tarde? Sobre las especies que habitan este mundo...
—No mucho, la verdad... Demasiadas cosas,
lo siento. Recuerdo algo sobre bestias y humanos y monstruos y, eh... Luego
estáis vosotros, que sois como una mezcla de los dos primeros... ¿Cómo era?
—Daiken. Nehli y yo somos unicornios,
Kyrios y Jade son lobos, y hay muchas otras razas y tipos. La mayoría nos
movemos en nuestra forma humana pero algunos prefieren hacerlo en su forma
primaria, que incluye rasgos de bestia en su aspecto humano, o incluso, aunque
rara vez, con forma de bestia completa. —Lien hizo aquel breve repaso con una
pequeña sonrisa conciliadora en los labios, mirando a Nattá en todo momento
para confirmar por su expresión que estuviera entendiendo y después de que este
asintiera varias veces con la cabeza, él también hizo el mismo gesto y miró a
Jade— Entonces... Te han robado algo valioso, ¿No? ¿Qué es? A lo mejor podemos
ayudarte.
El semblante de Jade cambió de inmediato
tras aquello. Había estado observando a ambos albinos alternativamente pese a
que no tenía interés real en lo que decían sino en sus aspectos, pero cuando
Lien se dirigió a él volvió a mirar el suelo al tiempo que Kyrios se retiraba
de su lado y cerraba el botiquín de primeros auxilios. Al parecer lo que había
perdido era un encargo de espadas, ninguna realmente valiosa salvo una. Según
les contó habían sido encargos para adornar algunos hogares de modo que solo
tenía que pedir más tiempo a sus clientes, pero la que era distinta lo era por
mucho. Era una espada muy importante para Jade; tenía un mango de roble blanco
con incrustaciones de un particular jade azul y una guarda ovalada negra, casi
del mismo color que la vaina.
La primera solución con la que dieron fue
avisar a la guardia sobre el robo pero si esperaban a que interviniesen, no
sabían si los ladrones podrían salir de la ciudad con la espada y podrían
perderle la pista, así que desecharon esa opción parcialmente. La segunda
consistía en dividirse y buscar el arma por sí mismos, lo cual era más
arriesgado al no saber con certeza a qué se enfrentaban pero que igualmente
parecía más rápido y fiable.
Tras cenar juntos terminaron por decidir
que Jade iría a denunciar el robo a la mañana siguiente mientras que el resto
se dividía por la ciudad para buscar pistas sobre los ladrones y las espadas
robadas. Sería demasiado pesimista asumir que Jade fuese el único herrero
asaltado, seguro que alguien más había visto algo o había sufrido un hurto
similar, además mientras ellos buscaban la espada, Jade se había ofrecido a
trabajar en reparar a Gora, el estoque de Lien. Era una victoria para todos si
aquello salía bien. Su nuevo amigo se marchó a su propio hogar, dejando así a
Nattá con un repentino sentimiento de nerviosismo que radicaba en no saber cómo
iba a terminar la nueva situación en la que se había visto envuelto y en dónde
iba a dormir aquella noche y las venideras pero, tras una ligera charla con el
recepcionista y un pago extra, lo segundo quedó arreglado. Nattá dormiría en la
misma habitación que Kyrios, que hasta ese momento había estado solo ya que
Lien y Nehli compartían una.
Una vez sentado en la que sería su cama
por unos días, Nattá comenzó a deshacer su trenza mientras repasaba el día con
vagueza. Esa mañana se había despertado en el pueblecito que era su hogar en
aquel mundo desconocido, había salido con su casi padre adoptivo a vender la
lana de las ovejas que cuidaban diariamente para viajar a la capital, se topó
con un desconocido extremadamente llamativo en comparación al resto de aldeanos
con los que vivía, esta persona hablaba francés, le llevó literalmente volando
a un templo, le rezó a una extraña deidad de la que nunca había oído hablar y luego
fue abandonado con tres adolescentes sacados de una película de fantasía.
Después estaba todo el asunto de cómo funcionaba ese mundo, de las cosas que
allí eran normales y para él solo un deseo, la feria, y que estuviera metido en
la búsqueda de unas espadas robadas como si fuera lo más normal del mundo.
Bueno, estaba claro que lo era en ese mundo, pero para él todo estaba
viniéndosele encima ahora que por fin estaba en calma. Una vez suelto su
cabello lo comenzó a peinar con los dedos a falta de un cepillo, sumergido en
sus pensamientos; cuando volvió a alzar la cabeza vió que Kyrios se había
recogido el cabello en un moño sobre su cabeza, uno bastante divertido ya que
sus rizos se escapaban por todas partes, y eso le sacó una risita. El lobo se
percató de esto y sin cambiar de expresión, parpadeó y ladeó la cabeza como si
le cuestionara en silencio por qué reía.
—Intimidado por esa cara que nunca se
alteraba, Nattá carraspeó y señaló su propia cabeza— Tu moño me hace... Ejem.
Gracias. Es difícil hacerse recogidos con el pelo rizado, eh...
—Kyrios irguió la cabeza de nuevo tras oír
al contrario, luego asintió y ambos se quedaron en silencio mirándose
mutuamente. Solo uno de los dos parecía estar en obvia tensión, y no era el
lobo— ... ¿Preocupado?
—¿Eh? ¿Qué? No... Bueno, puede... —Tomó
aire de nuevo solo para acabar boqueando y resoplando cuando se cansó de
intentar hablar, pasando a trenzar su pelo otra vez de puro nerviosismo. Miró
al suelo creyendo que así sería más fácil responder una vez ordenase las
palabras— ... Hoy ha sido muy intenso. Mucha información y muchas cosas han
pasado... Es incluso más difícil de aceptar que el día en que llegué.
—Comprensible. —Hubo una pequeña pausa en
la que se puso en pie para ir junto al contrario y se sentó a su lado, frotando
suavemente su espalda cómo había hecho en la cafetería solo que esta vez no le
miró— Estarás bien. Tómatelo con calma.
—No podía explicar por qué pero ese gesto
de nuevo le hizo sentir en calma. Algo tenía la forma de Kyrios de tocarle que
lo reconfortaba; lo miró un poco intrigado al principio, pero terminó sonriendo
y suspirando con cierto alivio— ... Eres un tío muy raro pero... mola.
Gracias... Kyrios.
Kyrios, ahora sí, miró a Nattá, asintió de
nueva cuenta y tras unas suaves palmaditas en el hombro regresó a su cama. No
le dio las buenas noches pero se metió en la cama y apagó la lámpara de su lado
y, aunque al otro le pareció una forma un poco fría y brusca de acabar la
conversación no se sintió tan mal por ello como podría haber sido. Él también
se recostó cuando ató su pelo, mirando al techo con las manos cruzadas tras la
cabeza. Hasta ahora, aunque solo hubiera sido medio día, podía decir que ninguno
de esos tres le parecían malas personas.
Kyrios intimidaba un poco por ser alto y
robusto, y que su expresión fuera siempre tan neutral hacía prácticamente
imposible saber en qué pensaba o qué iba a hacer a continuación y le resultaba
inquietante, pero había demostrado ser alguien atento y opinaba que sería del
tipo que se sacrificaría por sus amigos sin pensarlo.
Lien le hubo dado la impresión de ser el
típico tipo prepotente y sarcástico que rozaba lo desagradable pero resultó que
era un chico de lo más agradable. No lo describiría como hablador, a ninguno de
ellos cuatro en realidad, pero si parecía un poco reservado para ciertos
asuntos y en eso sintió empatía. Él tampoco contaría nada importante a alguien
que acababa de conocer. Además el vínculo que parecía compartir con Nehli le
daba buena vibra, la forma en que sonreía con ella le recordaba a cómo él lo
hacía con su hermana, y eso le daba un tinte cálido a alguien con un aspecto
tan frío.
Y Nehli, ella si cumplía la primera
impresión que le dió. La había tomado por una chica tierna y dulce y era tal y
cómo se había mostrado, mirando porque los tres se encontrasen bien en todo
momento como si fuera una madre o una atenta hermana mayor para ellos. Aún así
era obvio que tenían edades similares, sobre todo por cómo se distrajo con las
flores durante la feria. Lo que sí llamó su atención sobre ella y le gustaría
preguntar cuando fueran más cercanos era sobre la cicatriz que tenía en la
boca, ese corte que atravesaba ambos labios en un extremo. ¿No le habían dicho
que era complicado dejar cicatrices a los daiken por su habilidad para sanar
deprisa? Entonces, ¿Cómo había acabado ella con una en un lugar tan delicado?
Pensando en ello fue que terminó por quedarse dormido.
Esa noche Nattá soñó con tres animales. No
estaba seguro de si eran lo que pensaba o no, pero él los catalogó cómo fénix.
El primero tenía un lustroso plumaje rojo, un color vibrante más similar a la
sangre que al fuego con el que él asociaba a esa criatura, y unos enormes ojos
verdes enmarcados en espesas pestañas negras. Aquel animal, por alguna razón,
le recordó al misterioso pelirrojo que lo ayudó a comunicarse esa tarde; le
pareció la persona más llamativa que había visto durante todo el día. Su cabello
tenía el mismo color que el de las plumas del fénix que tenía delante, además
era abundante e increíblemente largo, llegándole la coleta por las rodillas.
Sus ojos, grandes y verdes, tenían unas marcas rojas justo debajo sobre los
pómulos que no sabía si eran cicatrices o tatuajes pero que coincidían con el
nacimiento de plumas en el rostro del fénix, y su piel oscura tenía un matiz
cálido de lo más hermoso. No diría que fuera alto pero tampoco bajo, tenía un
cuerpo musculoso y las orejas grandes y puntiagudas como Lien, pero con
pendientes y piercings. Y por lo que recordaba, estuvo sonriendo todo el tiempo
que estuvieron juntos; aquel fénix, aunque inmenso comparado consigo mismo,
todavía le daba la impresión de que al igual que aquel muchacho, Luada, tampoco
era tan increíble, como si en ese mundo fuese alguien normal. Este animal, este
fénix rojo, se movía de forma juguetona como si danzase al ritmo de una canción
que solo él podía escuchar, alegre e inquieto, pero no parecía que se hubiera
percatado de la presencia de Nattá.
Junto a este, otro fénix paseaba. Iba
despacio pero sus pasos eran firmes y poderosos y su plumaje oscuro lo hacía
lucir tan elegante como peligroso. No era de color negro exactamente aunque lo
parecía, habría jurado que era más bien un tono de morado. Los ojos de esta
criatura también eran grandes, con un cálido color marrón y rodeados de las
mismas pestañas negras que tenía el fénix rojo. Tampoco este animal parecía
notar que estuviera allí, tan solo caminaba con sus dos poderosas patas por la
zona, dirigiéndose a algún lugar sin dar indicios de que seguirlo fuera una
buena idea. Y el tercero era un fénix considerablemente más grande que los
otros dos, su plumaje azul tan intenso que era como estar mirando un cielo
despejado de verano. Por alguna razón, este animal tenía los ojos cerrados,
solo visibles unas largas pestañas blancas, manteniéndose sentado cerca del
fénix rojo que seguía danzando. Tenía un aura extraña a su alrededor, Nattá no
podía decir si dormía o si estaba muerto, era muy, muy raro, y cuanto más lo
miraba peor se sentía.
Después de un rato de observación decidió
intentar acercarse pero daba igual cuánto lo intentara, nunca avanzaba. Veía
sin embargo cómo el fénix negro continuaba alejándose, veía al fénix rojo ir y
venir con su baile y al fénix azul, aparentemente, seguir los movimientos de
este pese a sus ojos cerrados, pero aunque Nattá estaba caminando, no conseguía
moverse de su posición. Sentía su cuerpo moverse pero la distancia no se
acortaba, era como si estuviera subido en una cinta de correr. Cuando se
rindió, suspiró cerrando los ojos, sintiéndose agotado. No sabía cuánto había
sido pero sentía que llevaba intentando avanzar mucho tiempo; en cuanto abrió
los ojos vio el rostro del fénix negro tan cerca de sí mismo, tan grande y
amenazador, que dió un traspiés y cayó, pero su cuerpo no golpeó con ningún
suelo sino que sintió que caía al vacío como si tras él nunca hubiera habido
nada. El fénix lo sujetó con el pico, agarrando su sudadera mientras lo miraba
atentamente con sus ojos marrones, Nattá oyó un chirrido en los oídos como si
arañas algo metálico y después una risa maliciosa, luego fue soltado. El fénix
oscuro desapareció en un instante de su campo de visión, cerró los ojos, los
abrió, gritó, pataleó, pero todo era un gran vacío negro.
Sintió que caía en la oscuridad por no
supo cuánto, incapaz de escuchar sus gritos aunque sentía la garganta dolerle y
sus pulmones agotados. El viento se cortaba a su paso, su cuerpo giraba en el
aire buscando en vano algo a lo que agarrarse pero seguía cayendo, y cayendo, y
cayendo. De pronto estuvo de pie sobre algo firme, tan repentino que era como
si solo se hubiera imaginado que caía. Sintiendo vértigo pese a no ver nada,
con la respiración agitada y el cuerpo temblando del estrés, las piernas le
fallaron y volvió a caer, pero esta vez sí hubo una superficie que lo
sostuviera. Chilló de puro terror creyendo que todo volvería a empezar, el
corazón le había dado un vuelco solo de imaginar que de nuevo caería al vacío
por un tiempo incierto, así que una vez se recuperó al comprobar que estaba en
tierra firme miró a su alrededor buscando la más mínima luz, pero no había nada
qué ver u oír, tan solo se sentía a sí mismo existiendo angustiado en la
penumbra.
Tragó saliva, respiró hondo y temblando
extendió las manos frente a él antes de moverlas despacio, intentando así
adivinar cuánto espacio había a su alrededor. Se sorbió la nariz con las
lágrimas de terror agolpadas en los ojos, ni siquiera se cuestionó cómo con
semejante caída aún tenías las gafas puestas, eso era lo de menos pero en el
fondo lo agradeció. Poco a poco se atrevió a ponerse en pie de nuevo y caminar
y más pronto que tarde sus manos dieron con algo, apartándose por instinto a
tiempo para ver unas gigantescas alas rojas manifestarse a su espalda y
rodearle, por lo que se giró, viendo ahí a Luada con sus alas desplegadas y
ofreciéndole la mano. Lucía muy preocupado y muy serio y le decía algo que no
podía oír. Nattá le preguntó qué ocurría pero tampoco podía escucharse
pronunciar lo que sabía qué decía y cuando este intentó agarrarle por la
fuerza, una poderosa luz blanca le cegó. Cuando abrió los ojos de nuevo se vió
en una montaña nevada en mitad de una ventisca, con el frío calándole
rápidamente y haciéndole encogerse y caer de rodillas. De nuevo miró a su
alrededor buscando a alguien, llorando en desesperación por no comprender nada,
pero estaba solo en ese infierno blanco y helado. Con los labios temblando ni
siquiera sabía a quién llamar y pedir ayuda, su mente estaba bloqueada por el
miedo y por ello siguió llorando, encogiéndose sobre sí mismo hasta dejarse
caer en la nieve hecho un ovillo, abrazándose a sí mismo, tiritando de forma
incontrolable, ahogándose en sus propias lágrimas que se congelaban casi tan
pronto como abandonaban sus ojos. Y de la nada, una voz masculina, clara y
firme: Aún es pronto.
Abrió los ojos de golpe y se incorporó,
básicamente saltó de la cama con tanto ímpetu que su vista se puso borrosa. Fue
atrapado por alguien, entonces miró deprisa hacía arriba y vió ahí a Kyrios que
lo seguía sosteniendo con su misma expresión de siempre. Se le quedó mirando
unos segundos con la respiración desbocada, procesando increíblemente despacio
quién era y que estaba a salvo, que por fin había salido de su mundo de
pesadilla monocromático, escuchando cómo Lien y Nehli le pedían que respirase
hondo y se calmase. Sus voces le llegaban como si estuviera lejos de tal shock
que portaba, y se demoró un rato en tranquilizarse y dejar de llorar. Todavía
se notaba la boca algo seca así que tragó saliva varias veces sintiendo como si
realmente hubiera estado gritando y sollozando durante horas, incluso los ojos
le escocían. Estiró la mano para alcanzar sus gafas allá sobre la mesita de
noche junto a su cama y trató de respirar hondo mientras se incorporaba,
apartándose despacio de Kyrios. Agarró la manta y se la puso sobre los hombros
y la cabeza, ignoró todo lo demás y se asomó a la ventana entre las camas
temiendo ver nieve u oscuridad, pero no había nada así. La ciudad dormía, las
farolas estaban encendidas, las estrellas brillaban en el cielo. Poco a poco se
sintió de regreso en el mundo real y aspirando todo el aire posible para
seguidamente soltarlo despacio, volvió a sentarse en su cama. No comprendía en lo
más mínimo qué había sido aquel sueño. Los fénix de colores, Luada, la nieve,
aquella voz desconocida que había escuchado tan claramente... Miraba al suelo
de madera sin verlo realmente, sujetando con fuerza la manta y comenzando a
temblar.
Nehli se arrodilló frente a él y puso sus
manos sobre las de Nattá, llamándole con tono dulce y paciente, esperando a que
él diera alguna señal de que ya estaba mejor como para hablar. A él le tomó
unos segundos más poder alzar la vista y mirarla y, cuando lo hizo, apartó sus
manos y se limpió la cara del todo, resopló y sonrió de forma forzosa.
—E-eh, ¿Qué hacéis todos aquí? ¿No es
tarde? Ja, ja...
—Eso no importa. Nattá... Llevas una hora
gritando en sueños, toda la posada está despierta. La dueña está detrás de la puerta
esperando saber qué ocurre, la hemos convencido por muy poco de que no llame a
los caballeros. —Explicó Lien, claramente consternado y preocupado— Te hemos
llamado y zarandeado pero no reaccionabas, seguías llorando y gritando. Ya no
sabíamos qué más hacer, estábamos apunto de ir nosotros mismos a buscar más
ayuda.
—Espera, espera, frena. ¿Una hora? Pero,
ja, ¿C-cómo va a ser eso posible? No puedo llevar una hora gritando y
durmiendo, es... Es imposible... —Pese a su incredulidad, el dolor de su garganta
le decía lo contrario. Debía ser cierto, además de no ser así, ¿Por qué
estarían allí los tres? Respiró hondo y se llevó las manos a la cabeza,
agachándola, sintiendo que quería volver a llorar—
—... Voy a avisar de que está todo bien.
Kyrios, ¿Me acompañas? Pidamos una infusión también para sus nervios y el
dolor. —Tras la propuesta de Nehli, que hizo mientras se ponía en pie, el lobo
asintió y caminó con ella fuera de la habitación—
Lien tomó asiento junto a Nattá, que
seguía cubierto por la manta y casi no se le veía, buscó el rostro ajeno y tras
la falta de éxito, miró hacía la pared del frente mientras resoplaba con
suavidad. No sabía qué decir, cómo ofrecerle apoyo sin saber qué había
ocurrido, pero encontraba algo insensible preguntar qué había pasado. Tal vez
sólo fueran terrores nocturnos o algo por el estilo, pero por suerte para él,
el propio Nattá le contó lo sucedido sin que cuestionase él nada. Tras unos
minutos le explicó de forma torpe y resumida lo que había soñado, entre
lágrimas y muchas pausas para sonarse la nariz y sencillamente respirar. Claro,
Lien estaba igual de perdido ante aquello como lo estaba Nattá, y cuando Kyrios
y Nehli regresaron y les puso al día, sucedió lo mismo. Salvo el hecho de que
había tres fénix de colores diferentes, todo lo demás les resultaba inconexo.
Permanecieron en la habitación hasta que
Nattá se bebió la infusión y pareció de verdad calmado, después los unicornios
regresaron a su cuarto y todos se volvieron a meter en sus camas a intentar
dormir. Esta vez, todos los inquilinos de la posada pudieron conciliar un
pacífico sueño hasta la mañana siguiente.
Cuando Nattá despertó ya era entrado el
mediodía y aún se sentía cansado. Aunque había conseguido dormir sin
interrupciones después de su abrupto despertar en la madrugada, sentía que no
había descansado en lo más mínimo. Le dolía todo el cuerpo, incluso la cabeza
le molestaba con una jaqueca; resopló al incorporarse en la cama, pasándose las
manos por la cara. Al mirar a su lado en busca de sus gafas, encontró una taza
llena de cacao ya frío y una nota que no sabía leer. De quién era o qué ponía,
no podía saberlo pues estaba escrita en el que fuera el idioma de aquel mundo,
o aquel país. Al ponerse en pie se asomó a la cama de Kyrios pero él no estaba,
entonces fue a colocarse las gafas y para cuando se fijó en el reloj de la
pared pudo deducir por qué estaba solo. Claro, estar solo no era en sí mismo
algo que lo preocupase sino, ¿Dónde y cómo iba a buscar a sus compañeros?
Dudaba de poder guiarse por aquella ciudad él solo, así que mientras se debatía
en sí no debería quedarse en la habitación a esperar decidió que prefería
arriesgarse.
Bajó las escaleras y al cruzar por el
comedor de la posada, reconoció a la señora que los atendió la noche anterior
por lo que se acercó a preguntar si sabía algo de sus acompañantes,
disculpándose en el proceso por el escándalo de la noche anterior. La mujer,
que no parecía nada contenta de hablar con él ni con su disculpa, bufó y
respondió de mala gana que no sabía nada antes de girarse a atender a otros
clientes con una actitud completamente distinta. Nattá la insultó en su fuero
interno y salió del local criticando entre murmullos su moño y la terrible
camisa floreada que llevaba, miró a ambos lados de la calle y respiró hondo, tras soltar el aire se encaminó
por uno al azar y echó un último vistazo a su espalda tratando de recordar algo
esencial por si tenía que pedir indicaciones para regresar, algo que
consideraba altamente probable.
Anduvo por las calles tratando de
cuestionar a la gente que pasaba por sus amigos, pero los supersticiosos
habitantes de la gran ciudad no hacían más que intentar evitarle o responderle
antes de dejarle terminar diciendo que no sabían nada o que tenían prisa. Aún
así Nattá no podía rendirse de modo que continuaba intentándolo, acercándose a
quienes creía más receptivos, incluso probando con el personal de algunos bares
o negocios de puertas abiertas, pero al final la conclusión era que nadie los
había visto. Pasó más de una hora hasta que llegó a un lugar que reconocía, y
no por sus calles ni nada así sino por el gentío. Al parecer había llegado a la
avenida principal, allí donde todos iban con algún objeto floral y se dirigían
en una dirección concreta con sonrisas y ánimo por lo que empezó a preguntar
por allí, pensando que quizá la alegría infundada por la feria pusiera a los
ciudadanos de su parte. No funcionó demasiado bien pero si tuvo un golpe de
suerte porque entre toda la multitud divisó una cabeza rapada cuyo color de
pelo describiría como “un incendio forestal”. Si, ese rojo oscuro casi negruzco
le era demasiado familiar.
—¡¿Jade?! —Llamó casi con desesperación y,
cuando la persona en cuestión se volteó pudo suspirar con alivio de comprobar
que no se había equivocado. El lobo le sonrió y se acercó a él sin demora,
saludando— Hola, sí... Joder, no sabes cuánto me alegro de verte. ¿Has visto a
Kyrios, Lien y Nehli? Cuando desperté ya no estaban y no tengo ni idea de dónde
han ido.
—Oh. ¿En serio? Qué raro, Nehli dijo que
te habían dejado una nota en la mesa... Se habrá caído.
—Solo entonces Nattá se percató de que
debía de haberse llevado la nota con él, pero ya era demasiado tarde así que
rió con nerviosismo— Bueno, sí, puede... ¿Los has visto entonces? ¿Sabes
decirme dónde están?
—Jade negó con la cabeza con una graciosa expresión
de sinceridad y duda— Para nada, ya hace bastante rato que nos vimos y no me
dijeron adónde iban... Pero, eh, puedes venir conmigo al taller. Lien tendrá
que pasar en algún momento a echarle un vistazo a su estoque.
Con ánimo renovado no tardó en asentir
varias veces con la cabeza, prefiriendo la opción de irse con aquel casi
desconocido que volver a repetir la travesía de intentar que alguien le de
indicaciones. Así que caminó junto al lobo pelirrojo, echándole furtivos
vistazos conforme avanzaban. Al contrario que Kyrios, Jade era alguien muy
hablador, demasiado, era casi lo opuesto. Era complicado seguirle el ritmo y
Nattá se sentía algo superado a más tiempo pasaba con él, incapaz de comprender
del todo lo que decía puesto que saltaba de un tema a otro a una velocidad
imposible.
Al llegar a la herrería, por suerte, se
relajó. Jade le dio la bienvenida y le sugirió dónde podía sentarse para que no
se hiciera daño pero el muchacho no lo escuchó y prefirió dar una vuelta por el
lugar, algo a lo que el lobo no dio especial importancia. Tan solo le gritó que
tuviera cuidado y se perdió en algún rincón para, probablemente, comenzar su
trabajo.
Nattá encontró el sitio cuanto menos, fascinante. La
fachada no destacaba demasiado en nada, pintada en tonos verdes pastel y con un
amplio ventanal que dejaba ver el interior. Tenía una espada y un martillo de forja
cruzados al más puro estilo de tibias pirata, y un pequeño yunque coronaba esa
peculiar formación; debía ser el logo de la tienda. Dentro estaba dividida en
dos zonas, la que uno encontraba nada más entrar daba a un mostrador tras el
que se ubicaba el taller, abierto al fondo. Había expositores con espadas de
todo tipo, lanzas, algún escudo e incluso arcos de aspecto pesado y flechas
varias. Bajo el cristal del mostrador se encontraban guanteletes metálicos
distintos en forma y diseño y diversos cuchillos, unos parecían de cocina y
otros bastante más amenazadores. Nattá estaba fascinado con todo lo que veía,
era como visitar una tienda de fantasía medieval solo que probablemente, nada
de lo que había ahí era de adorno. Tampoco quería comprobarlo, así que no se
arriesgó a tocar nada de aspecto afilado.
Pasó tras el mostrador con un murmullo, algo incómodo,
como si se estuviera colando sin permiso aunque no era el caso. Jade no le
había dicho que no pudiera pasearse por allí, solo que tuviera cuidado y lo estaba
teniendo aunque, no avanzó demasiado en el taller. El pelirrojo estaba ya en su
mesa, agarrando un pedazo de metal con un áspero delantal grisáceo, guantes
rojos ignífugos y una máscara de protección aún por bajar. Cada máquina le
parecía más complicada que la anterior y no tenía la más remota idea de para
qué servían, así que se fue al extremo que encontró más inofensivo, aquel donde
yacían diversos bloques y placas de material de forja. Variaban en color y
tamaño, y en un estante a su lado descansaban bloques de madera y cuerdas, lo
que suponía que sería para asegurar algunas piezas o para fabricas mangos. Fue
sacado del trance al escuchar martillazos y no pudo evitar girarse de golpe y
acercarse un poco, queriendo ver cómo y qué hacía el lobo. Quiso preguntar pero
temió desconcentrarle de modo que fue retrocediendo hasta que vió su mesa de
trabajo, a la que se acercó al momento. Había papeles por todas partes, diseños
de armas al parecer, y restos y manchas de distintos productos. No supo si Jade
era desordenado o era el aspecto normal de una mesa de herrería, así que no
hizo caso y levantó la vista, solo entonces vió algo que si captó de lleno su
atención.
En una pared al fondo había colgadas un par de
fotografías y un plano enmarcado. En la imagen de la izquierda, posando con
aquella forja en su momento de apertura probablemente, había cuatro niños
pequeños con grandes sonrisas, se divertían, y tras ellos tres adultos portaban
el mismo rostro. Debían ser padres e hijos, pero lo que le pareció particular
fueron los niños: uno de ellos, aunque sonreía, lo hacía de un modo pequeño y
sus pecas y cabello castaño rizado le dijeron que era Kyrios. Kyrios tenía a un
muchacho de pelo naranja sobre su espalda y a su lado, tironeando de su brazo y
con la misma cara, otro niño rubio. A todas luces eran gemelos, y por lo que
podía suponer, el último chiquillo, que posaba de forma ridícula haciéndose un
bigote con parte del pelo de Kyrios, debía ser Jade puesto que ese color de
cabello era inconfundible. En la foto a la derecha solo estaban Jade y quien
Nattá suponía era su padre aunque no se parecían en nada más que en el color de
ojos. Jade parecía mayor, quizá ya un preadolescente, y llevaba puesto el “uniforme”
de herrero que le quedaba espantosamente grande. Parecía orgulloso sin embargo,
y más aún lo estaba su padre, que enseñaba a la cámara el filo de una espada
sin mango con obvias desviaciones. Estaba toda torcida pero los dos parecían
contentos, ¿Quizá era la primera espada que Jade forjaba? Y por fin, al lado,
un plano con todo tipo de detalles. No sabía leer ninguna de las anotaciones,
pero llamó su atención por algún motivo.
—¿Te gusta? Mi padre hizo ese plano para mí.
—Nattá saltó en el sitio tan pronto escuchó la voz de
Jade a su espalda, y se llevó una mano al pecho como si hubiera temido que el corazón
fuera a salirle despedido. Resopló echándole una mirada de reproche, luego miró
de nuevo el cuadro— Sí, bueno... Eh... ¿Qué pone? La letra de tu padre es
terrible... —Probó, queriendo así averiguar lo que ponía sin quedar como un
estúpido—
—Jade sonrió con aire burlón y se
puso en jarras, paseó la mirada por las fotografías y finalmente suspiró al
mirar el antiguo y bien conservado dibujo, y señaló las partes que leía con
aire nostálgico— Mango de roble blanco... Jade azul de Arcadia... Guarda negra
ovalada... Si que tenía una letra espantosa, pf...
Nattá tuvo la impresión de haber escuchado antes esa
descripción y frunció el ceño intentando hacer memoria, entonces, de golpe, le
vino el recuerdo de la anterior noche. Aquella era la espada robada que hizo
temblar a Jade: la espada que su padre diseñó. De pronto tuvo sentido por qué
era tan importante para él, y por la actitud del chico, quizá su padre ya no estaba
vivo. Sintió una profunda pena por el lobo, a quien miró sintiendo el corazón
encogerse en su pecho. Quería abrazarlo, hacerlo sentir mejor, asegurarle que
encontrarían la espada cuando alguien abrió de un portazo la puerta del taller.
—¡JADE!
Gritó, una voz grave y demasiado alta que hizo a Nattá
saltar literalmente en el sitio, atragantándose con su propia saliva del susto.